NUEVA LEY DEL PROFESORADO: CUESTIONES PREVIAS
PEPE
RAMOS, presidente regional de Loreto 214
Un
Loretano al servicio de su región.
Un
nueva Ley para los profesores del Perú
se empieza a discutir a propuesta del gobierno del Presidente Ollanta Humala
con la denominación Ley de Desarrollo Docente (LDD), que debe ser aprobado por
el Parlamento para su promulgación, reglamentación y ejecución. La nueva norma reemplazaría a la denominada
Ley del Profesorado (LP, 24029) de 1984, modificada por la Ley 25212 en 1990;
también sustituiría a la Ley de Carrera Pública Magisterial (LCPM, 29062) promulgada por el segundo gobierno aprista el 2007.
La
Ley de 1984 y su modificación de 1990 fue, sobre todo, el fruto de una larga
lucha del magisterio organizado en su sindicato, el SUTEP, increíblemente con
la oposición de los senderistas que ahora dicen luchar para defenderla (hay que
reiterar su eslogan de aquellos años: “la ley no se come”). Igual ocurre con
los apristas, quienes consideraban que la LP les pertenecía, pero hoy la
consideran indefendible, comprometidos, como están, con el programa neoliberal
de su nuevo socio político, el fujimorismo con su impronta corrupta y todo.
La Ley 29062, en cambio, fue promulgada al
margen de las opiniones del magisterio y su sindicato, producto de un largo
proceso de imposición de la reforma educativa neoliberal, privatizadora de la educación y con una política de desregulación
del trabajo docente para, en el mediano plazo, desligar las relaciones
laborales de los maestros con el gobierno central. No es casual que los 55 mil docentes
incorporados a la LCPM empiezan de cero, hablando de su tiempo de servicios,
sin los derechos establecidos en la LP, sometidos a evaluaciones estandarizadas
con nulo valor pedagógico.
No
se sabe aún los contenidos que finalmente tendrá la nueva Ley, pues los
apristas y fujimoristas, amén de otros sectores neoliberales del desacreditado
Parlamento, están dispuestos a defender todo lo que contiene la LCPM, sin
ninguna concesión a los derechos reivindicativos de los maestros. En tal escenario, preferimos establecer
algunas cuestiones previas que permitan entender lo que hoy se propone desde el
gobierno como nueva ley docente y qué posibilidades tienen los maestros para
defender sus derechos como profesionales y trabajadores de la educación.
La cuestión del nombre de la Ley
Tengo
la certeza de que los autores del Proyecto
han querido distanciarse de las leyes que pretenden derogar y han
elegido una denominación que contiene los dos aspectos que comprende ser maestro: el de agente
principal de la educación, formador en las aulas y responsable principal del proceso
enseñanza-aprendizaje; y el de sujeto de derechos como trabajador de la
enseñanza. Según estos criterios la
denominación (LDD) sería pertinente, pero observando que no se aleja de la
concepción neoliberal que contiene la LCPM.
Y
no es que en las dos leyes en cuestión falten los dos aspectos, pero en la LCPM, con el pretexto de la evaluación,
prácticamente se elimina el aspecto de los derechos con un enfoque individualista
de la tan mentada meritocracia en tanto “los mejores maestros” llegarían a los
últimos niveles del escalafón, consecuentemente a percibir salarios
“envidiables” para “los peores maestros”, con la consecuencia inevitable de
que la mayoría de niños y adolescentes
estarían condenados a tener maestros supuestamente ineficientes. En el fondo de
este enfoque de la carrera docente está el objetivo de elitizarla para, (1)
concentrar el gasto salarial en un grupo pequeño, ahorrando recursos fiscales; (2)
dividir a los maestros para debilitar su organización sindical dando paso a un
nuevo sindicato de magísteres y doctores en educación, requisitos para acceder
a los niveles IV y V. Con esta visión, en el supuesto negado de que sea
sincera, nunca se podría mejorar, por lo menos, el destartalado sistema
educativo peruano, pues con un grupo mayoritario de maestros mal pagados y
considerados “comechados”, burros” e “ineficientes”, seguiríamos en la misma
ruta de la crisis de la educación. Pero como todos los gobernantes del Perú
actual, desde alcaldes hasta parlamentarios, magistrados del Poder Judicial,
burócratas adecuadamente remunerados, empresarios, amén de empleados privados
con cierta holgura salarial, no tienen el menor interés de defender la escuela pública,
salvo como pose electoral, ni les interesa el destino de los maestros de esa
“escuela de los pobres”, pues el ascenso
social de sus vástagos está hoy en la educación privada que les seguirá asegurando formar parte del
puñado de privilegiados.
Si
con el nombre de la nueva Ley que se pretende aprobar muy pronto se logra
alejarse de la visión neoliberal de la carrera pública magisterial, se podría
contribuir, por lo menos en algo, a superar una parte del problema de la
educación peruana, que no es, centralmente, el desempeño docente.
La cuestión del papel de los maestros
en la crisis de la educación
Es
decir, de la Ley que establece sus derechos y obligaciones. En los tiempos que corren desde la imposición de la reforma educativa
neoliberal, hace ya 20 años, se ha vuelto un lugar común para “expertos” e
ignorantes en teoría educativa que el culpable de la crisis de la educación en
el Perú es el magisterio de la escuela pública.
Este discurso se viene repitiendo y está en la base de toda la argumentación
que propicia la evaluación estandarizada de los maestros para “seleccionar a
los mejores”. El Banco Mundial ha promovido esta visión en todos los países
latinoamericanos a partir de la desastrosa experiencia chilena que está
exhibiendo hoy el fracaso de la reforma neoliberal, donde los únicos que no han
fracasado son los dueños de la educación privada subvencionada por el Estado
chileno, con altas tasas de ganancias y resultados de mayores desigualdades
educativas, reforma que va atada al programa económico neoliberal de los
“Chicago Boys”. Los reformadores y
evaluadores neoliberales pueden sorprender con su mediocre teoría a los que
desconocen los procesos de reforma que, bajo esos parámetros, se han producido
en Colombia, Honduras, México, la Nicaragua bajo el neoliberalismo de los 90
del siglo XX, Bolivia de Sánchez de Lozada, etc., experiencias analizadas, con
algún optimismo, por el profesor José Rivero en un libro singular escrito en
aquella dácada.
Lo
que están defendiendo apristas y fujimoristas es la idea de que no importa el
salario de un maestro para que su trabajo sea eficiente ya que logrará ser mejor remunerado cuando haya demostrado
ser “el mejor”; mientras tanto, unos 25 años en el mejor de los casos, que siga
enseñando y dedicándose al mismo tiempo, para sobrevivir, a otras actividades:
taxista, cantinero, profesor en escuelas
privadas en uno de los turnos, jornalero en las plantaciones de la burguesía
agraria de la costa, vendedor ambulante, ente otras actividades, de las cuales,
entre las profesoras, sobresale la venta de los productos de UNIQUE, actividad
que les demanda el precioso tiempo de no menos de 3 horas al día.
El
papel del maestro en un sistema educativo es fundamental en el proceso
enseñanza-aprendizaje, pero no va más allá de las condiciones sociales que
influyen en la escuela, sus propias condiciones de existencia material y
espiritual. Su preparación profesional,
su vocación forjada a lo largo de esa preparación y del ejercicio mismo de la
docencia, su mística como forjador de nuevas generaciones: todo tiene sus
límites si la sociedad, a través del Estado, desatiende sus necesidades
materiales y espirituales. Para los
neoliberales esta visión carece de valor, pues, para ellos, cuanto menos se
gasta en la escuela pública más espacio se abre para la expansión de la
educación privada. Los apristas se han
convertido en los más entusiastas gestores de la visión neoliberal de la
educación con el negocio redondo de la Universidad Privada San Martín de Porres
bajo la rectoría del ingeniero industrial
José Antonio Chang, donde regentan una “Escuela de Gobernabilidad” bajo
la batuta del señor Alan García Pérez, cuyos dos gobiernos son objeto de sendos
juicios por corrupción, con indicios y hasta pruebas, lo que significa que su
“escuela” es un modelo de lo que no se debe hacer en educación ni en
gobernabilidad.
La cuestión del papel del sindicato
magisterial
La Resolución Relativa a los Maestros que la
UNESCO aprobó el 5 de octubre de 1966 establece que los estados
tienen la obligación de tener en cuenta las opiniones de los enseñantes o
maestros sobre políticas educativas. El
Perú es firmante de esa Resolución, que además establece la obligación de
reconocer los derechos laborales y profesionales de los docentes, incluyendo el
derecho a la sindicalización.
Si
hay una organización que se ha preocupado permanentemente por el derecho a la
educación pública gratuita e integral de todos los peruanos, de la igualdad de
oportunidades para todos, de los derechos de los maestros como profesionales y
como trabajadores, ha sido el sindicato, el SUTEP, fundado en 1972. Su crecimiento y consolidación como sindicato
único se explica por esa consecuencia en la lucha, incluso unida a la
resistencia contra todo tipo de dictaduras (uno de los ministros del segundo
gobierno del ex Presidente Fernando Belaúnde Terry llegó a decir que durante la
dictadura militar de 1968-1980 el SUTEP había salvado la dignidad nacional),
mientras los grupos políticos que se unen hoy para combatir al sindicato y oponerse
a participar en el proceso de evaluación de los maestros, se coludieron con
esas dictaduras y, como es el caso del APRA, asumieron el programa neoliberal
de una de las dictaduras más sucias de la historia republicana del Perú: el
programa del fujimorismo.
Apristas
y fujimoristas tienen doble razón para defender su sacrosanta LCPM, incluso
para conservar el mismo nombre en la futura Ley. La principal, mantener los contendidos
individualistas de la meritocracia y su evaluación estandarizada, elitistas, de
la profesión docente. La segunda,
políticamente necesaria para ellos, presionar y chantajear al gobernó para propiciar, por el lado del fujimorismo,
medidas judiciales favorables a la mafia en cárcel, aprovechando la ventana
abierta por el magistrado fujimorista Javier Villa Stein. Por el lado de los
apristas, el chantaje para frenar la investigación que pesa sobre su segundo
gobierno por corrupción, pero también por el juicio contra el grupo criminal
Rodrigo Franco de su primer gobierno.
El
intento actual de promulgar una nueva Ley Docente no se da al margen de la
lucha del sindicato de maestros, el
SUTEP. Sin su lucha contra ese engendro
antipedagógico, antimagisterial y antisindical, la LCPM 2007, no estaríamos en
esta etapa de nueva formulación. La
persistencia de los sutepistas para traerla abajo no puede ser desconocida por
nadie; y los apristas y fujimoristas,
amén de todos los neoliberales que defienden la privatización de la educación y
la situación de pauperización de los maestros de la escuela pública., lo saben
perfectamente. El propio Presidente
Humala tuvo que ofrecer restituir los derechos de los docentes para obtener el
apoyo de ese sector de trabajadores estatales.
El
sindicato, aún con la nefasta presencia del senderismo y su plan divisionista,
y de un sector de maestros que siempre han demostrado su indiferencia, cuando
no su oposición al SUTEP, seguirá cumpliendo su papel como factor de la lucha
por sus derechos magisteriales y por una nueva educación en el Perú, sobre todo
por defender la dignidad de los maestros, vistos por los poderosos y sus
operadores como “maestritos” que solo tienen derecho a un salario de hambre,
casi a ser mendigos y sujetos a las acusaciones más arbitrarias en materia
educativa.
Si
los “ilustres” legisladores logran aislar al SUTEP de los procesos de
evaluación docente y, acaso también, hasta de las comisiones de trabajo
administrativo, ello no será una decisión que perjudique principalmente al
sindicato, sino a la propia educación, pues la plaga de la corrupción en los
organismos intermedios del Ministerio de Educación y de los gobiernos
regionales tendrá carta libre para mantenerse y acrecentarse. Me consta, como ex dirigente del SUTEP, que
el sindicato ha tenido un rol de primer orden en la fiscalización de las
evaluaciones, procesos administrativos y de
contratos, incluso en las direcciones de escuela, lo que me recuerda que
mi subrogación (al lado de otros maestros en Alto Amazonas, Loreto) de 1976
tuvo como motivo “castigarme” por denunciar irregularidades en un colegio,
mientras que los juzgadores y cómplices fueron premiados con cargos de confianza.
Los
neoliberales creen que aislando al SUTEP resolverán el problema de la
enseñanza, o destruirán al sindicato.
Pero su posición, además de ser antidemocrática, al quitar
responsabilidad a los maestros de la marcha de la administración de la
educación, no sustraerá al gremio la libertad de fiscalizar los procesos administrativos, sin
necesidad de tener responsabilidad
alguna en ellos. Por el sistema de
corrupción imperante en el Perú, la
decisión neoliberal sobre la no participación del SUTEP en la evaluación de los
maestros tendrá efectos contraproducentes para los supuestos objetivos
moralizadores de los apristas y fujimoristas, quienes, en el colmo de la
ignorancia, dicen pretender evitar que “el gato sea el
despensero”, como ellos lo han sido en el manejo del Estado.
Debe
quedar claro que el SUTEP tiene todo el derecho de ser considerado como parte
en los procesos administrativos y las comisiones correspondientes. Que el Estado no considere esa posibilidad es
de su absoluta responsabilidad por las consecuencias que esa decisión traería.
La cuestión de los derechos docentes
Según
la lectura del primer proyecto de la LDD hay un conjunto de derechos
magisteriales recogidos de la LP, aun cuando no se fija bien el derecho a la
estabilidad laboral, fundamental para
los maestros y para todo trabajador, derecho tan venido a menos en el
Perú neoliberal que vivimos, en aras de la “productividad” y la
“competitividad”, cuando no de la “calidad del servicio”.
Los
docentes de la escuela privada están fuera del alcance de la futura Ley, prueba
de que esta no está lejos a de la concepción neoliberal de
mantener la división del sistema educativo que prioriza la privatización de la
enseñanza. Este enfoque es congruente
con el origen social, político y
educativo de los coautores de la Ley,
desde el Presidente de la República cuyas hijas estudian en la escuela
privada, hasta los propios conductores del Ministerio de Educación cuyas
concepciones pedagógicas son afines a las del Consorcio de Educadores
Católicos, promotores de gran parte de la educación privada. En un marco de concepciones privatizadoras de
la educación cualquier reforma que pueda
disminuir el peso de lo privado es, simplemente, imposible. Las buenas intenciones y hasta las
expresiones de “compromiso con los pobres” carecen de importancia para
dignificar a los maestros y crear las condiciones necesarias para el ejercicio
pleno de la función docente.
La cuestión del “qué hacer” frente a
la nueva Ley
El
hecho mismo de una nueva Ley Magisterial constituye una derrota política al
proyecto aprista-fujimorista que buscó dividir a
los maestros (“excelentes” / “mediocres”) y al sindicato creando una
“elite” mejor remunerada por igual trabajo, hecho contrario al
principio laboral universal de “igual remuneración por igual trabajo”, lo que
solo puede variar con el tiempo se servicios y el acceso en la escala de
carrera profesional.
Es evidente que la derrota fuji-aprista es, en
gran parte, una victoria del SUTEP Y de la gran mayoría de los maestros que,
con la sabiduría acumulada en 40 años de lucha por sus derechos, rechazaron la
política magisterial de esencia neoliberal., pese a la exuberante propaganda
desplegada por el gobierno aprista usando a supuestos maestros que coreaban las
“bondades” de la LCPM en la TV y en las emisoras radiales. Es casi unánime el positivo criterio de la
unificación del magisterio peruano en un solo sistema laboral, necesidad no
solamente magisterial, sino educativa.
La
nueva ley Magisterial rescata parte de los derechos establecidos en la LP,
aunque sin ser especificadas en términos económicos y de financiación.
La
presencia de la “meritocracia” como concepción fundamental es parte de la visón
neoliberal del gobierno actual y de los coautores del Proyecto, lo que con toda
seguridad será refrendada por los congresistas, pues gran parte de ellos son
los mismos que dieron su aprobación a la LCPM del gobierno aprista; y casi
todos carecen de la capacidad cultural suficiente como para discutir el
problema de la educación nacional con criterios plausibles. La concepción meritocrática pretende ser llevada
a toda la administración pública y será una fuente permanente de contradicciones
entre los trabajadores y no necesariamente factor de eficiencia en el manejo
del Estado.
El
Proyecto de LDD mantiene el sistema de los contratos para el ejercicio de la
docencia durante todo el año lectivo.
Los contratos para cubrir licencias o para cubrir horas excedentes son
razonables y siempre han existido; pero seguir manteniendo a miles de docentes
en contratados no contribuye a mejorar el rendimiento docente ni dar
continuidad al proceso enseñanza aprendizaje en las escuelas.
El nuevo proyecto introduce el cuestionable
criterio de medir la eficiencia docente según el resultado de los aprendizajes con mediciones
que traspasan la evaluación de los maestros en el aula, cuya labor evaluadora
quedará sencillamente desautorizada, aprendizajes que “deben producirse” al
margen de las condiciones de existencia de los estudiantes, del estado físico
de las escuelas y sus carencias pedagógicas que escapan a las posibilidades de
los propios maestros. En este
procedimiento también está la teoría productivista traída a la educación desde
las empresas de la producción material.
En
las condiciones actuales del magisterio peruano, principalmente del SUTEP,
queda la posibilidad y necesidad de analizar adecuadamente los alcances de la
futura LDD según el Proyecto de Ley
entregado al Parlamento por el sindicato, que recoge y actualiza lo establecido en la LP, y exigir
que la representación sindical sea tenida en cuenta. De ser negada esta posibilidad, el SUTEP
tiene todo el derecho de expresarse públicamente y mantener su lucha
reivindicativa. Por lo demás, la nueva Ley no reivindicará plenamente a los
maestros peruanos, principalmente por los ingredientes neoliberales que
mantiene. Considerarla un paso
importante no puede hacer ocultar sus limitaciones. Esto lleva a preparar las fuerzas para seguir
exigiendo las reivindicaciones no consideradas, incluyendo la lucha por un
presupuesto adecuado para la educación, la consideración de los maestros de la
educación privada y de los cesantes y jubilados, ambos sectores ausentes en la
futura Ley.
Solo un análisis integral del
Proyecto de LDD y de la Ley aprobada, con la evaluación de las posibilidades
reales del sindicato, se podrá orientar a los maestros para proseguir la lucha
por sus justas reivindicaciones y por la defensa de la educación pública
gratuita, universal e integral, aspectos indesligables para los maestros.
Ex ministros, ex funcionarios de la
burocracia administrativa del Ministerio de Educación y “expertos” que nunca se
han opuesto a la reforma educativa neoliberal y su política magisterial, se
esmeran hoy en ofrecer sus aportes, sus
críticas y hasta su aprobación al contenido de la futura Ley. Nada hicieron por cambiar el armatoste
neoliberal en educación, más bien se convirtieron en soportes burocráticos de
lo hecho por el fujimorismo y de su prolongación programática actual.
El erróneo mensaje que hoy circula
desde el gobierno, desde los “expertos” y desde los medios de comunicación es
que con la nueva Ley Docente los maestros aseguran la superación de la crisis
de la educación peruana. Mensaje
confunde reforma educativa con nuevas condiciones de trabajo para los
docentes. Una Ley Docente, más justa que sea, carece de la fuerza
suficiente para transformar el sistema educativo en crisis. Esa transformación dependerá de una reforma
educacional de fondo. Es la batalla más
grande que deben dar los maestros.
La unidad de los maestros, ahora
mejor condicionada en torno a un solo sistema laboral, es la tarea central
organizativa, especialmente en el sector de los maestros jóvenes que, en las últimas dos décadas, han
sido formados con criterios pedagógicos neoliberales e individualistas.
El escollo más difícil de salvar es
la división construida por el senderismo con un movimiento centrífugo
aprovechando las justas aspiraciones de un sector radicalizado de maestros del
sur del país. En el fondo es un
movimiento economicista utilizado por el senderismo para sus fines políticos:
ensanchar su influencia para exigir la liberación de sus líderes, por un lado,
y apoderarse de la dirección del SUTEP,
por otro. En su movimiento
huelguístico se une el anarquismo más irresponsable con el economicismo de las
masas magisteriales descontentas que no ven el problema de conjunto. A los fujimoristas y a los apristas les
favorece este movimiento, pues ellos también quisieran de todo se convierta en
nebulosa para ocultar sus trapacerías.
Como dijo Robespierre cuando deslindaba contra los “radicales” que
pregonaban la guerra y los moderados girondinos que buscaban la salvación del
Rey Luis XVI, “ambos polos se juntan”, en este caso los senderistas y los
fuji-apristas para destruir el SUTEP.
Lima, agosto 11 del 2012
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